No uso un smartwatch
Desde hace ya un año que no uso un smartwatch. A lo largo de estos años he sido un fiel seguidor de estos cacharros, especialmente de las pulseras de actividad o smartband, que ofrecían más lo que buscaba con una batería mucho más duradera que las otras.
Todo empezó con una Xiaomi Mi Band 1. Aquella pulserita sin pantalla, con solo tres LEDs y un pequeño motor de vibración, me parecía el futuro. Recuerdo pensar que la información que daba era útil: podía revisar mis patrones de sueño (sobre todo cuando tenía temporadas de insomnio), contar los pasos y las calorías quemadas. Pero para mí, su verdadera magia estaba en la vibración discreta para despertarme sin sobresaltos o avisarme de notificaciones con el teléfono en silencio. Poco más podía hacer, claro, sin una pantalla.

Con cada nueva versión anual, Xiaomi iba añadiendo sensores, funciones ¡y hasta pantallas a todo color! Fui renovando mi pulsera cada par de años, más o menos, atraído por las novedades: más deportes que medir, pantallas más grandes, mayor funcionalidad... Hasta que llegó la Mi Band 7.
Para entonces, la pulsera se había vuelto casi una extensión de mi cuerpo. Controlar la música, contar pasos y ejercicio, medir el ritmo cardíaco, recibir alarmas y recordatorios, usar temporizadores, encontrar el teléfono, ¡incluso usarla como disparador remoto para la cámara! Solo salía de mi muñeca cuando necesitaba recargar la batería (una vez por semana, más o menos) y, en esos momentos, me sentía extrañamente "desnudo", incompleto.
El Principio del Fin: Sobrecarga y Dependencia
Pero algo había empezado a cambiar. Sin darme cuenta, la pulsera se había convertido en una fuente constante de interrupciones. Cada vibración en la muñeca –un correo, un mensaje de grupo, una promoción de alguna app, una llamada perdida, una noticia– me hacía coger el teléfono casi por instinto. Daba igual si estaba trabajando o relajado en casa; la vibración era un reclamo constante. Empecé a pasar más tiempo pendiente del móvil, no menos. La hiperconexión me había atrapado silenciosamente.
Reconocer esta situación no fue fácil. Es un proceso tan gradual que apenas te das cuenta de cómo te va afectando. Decidí hacer una prueba: dejar la pulsera guardada unos días y silenciar el móvil durante más horas, con la idea de reducir interrupciones y tiempo de pantalla. Respondería los mensajes con menos frecuencia, y ya está.
El Síndrome de la Muñeca Fantasma
Y entonces empezó lo raro. Una sensación horrible y reveladora. No era consciente de la cantidad de veces al día que miraba la pulsera por pura inercia. Me sorprendía a mí mismo mirando mi muñeca vacía: al salir de casa, mientras caminaba, al llegar a un sitio o en momentos aleatorios. Mi cerebro buscaba automáticamente esa pantalla negra, la hora, las notificaciones, los pasos...
Incluso llegué a sentir vibraciones fantasma, como si hubiera recibido una notificación. Estoy seguro de que esto le suena a más gente. Esa experiencia tan desagradable me abrió los ojos: tenía una dependencia mayor de la que pensaba. Decidí que esos "pocos días" sin pulsera se convertirían en tiempo indefinido.
Eso sí, para no caer en la trampa de usar el móvil constantemente para mirar la hora (y pasar de la dependencia de una pantalla pequeña a una grande y llena de distracciones), decidí comprarme un reloj. De los de verdad.
Casio: Simpleza y tranquilidad
Elegí un Casio AE-1200WH-1AV, conocido en internet como el "Casio Royale". Me convenció por ser fino, ligero y tener justo lo que necesito en un reloj: hora, calendario, cronómetro, temporizador y alarmas. Sinceramente, ¿qué más se le puede pedir a un reloj?

La adaptación al nuevo reloj fue sorprendentemente fácil. Tras unas semanas con la muñeca "libre" y ya superada la fase de las "vibraciones fantasma", volver a la simplicidad de un reloj digital de los de antes fue un verdadero alivio. Podía consultar la hora al instante, sin miedo a perderme en un mar de notificaciones o datos irrelevantes. La pantalla siempre está encendida, mostrando la hora, pero de una forma pasiva; soy yo quien decide activamente cuándo mirarla, y un vistazo de reojo a los dígitos no me saca de lo que estoy haciendo.
Y sobre la batería... saber que puedo olvidarme de cargadores me permite llevar el reloj siempre conmigo sin esa pequeña preocupación de fondo, sabiendo que cumplirá su función básica cuando lo necesite. No vibra, no controla mi música, no me dice cuántos pasos he dado, ni tiene pantalla a todo color... pero la verdad es que ya no lo necesito. ¿Realmente necesitamos todo esa información constantemente en la muñeca?
Para mí, alejarme de los wearables "inteligentes" ha supuesto una mejora en mi salud y bienestar que ninguna app de salud podría reflejar jamás. No descarto volver a ellos en un futuro, quién sabe, pero tendría que ser bajo mis propios términos, estableciendo límites claros para usarlos como una herramienta puntual y no al revés. Mientras tanto, seguiré disfrutando de la sencilla y robusta tranquilidad analógica (bueno, digital clásica) de este pequeño Casio.